viernes, 7 de octubre de 2011

BOLETÍN DIGITAL OCTUBRE-2011

HOMBRES, ÁRBOLES Y CIUDADES



Construcciones humanas y árboles, perfectamente integrados en su entorno natural.

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A propósito de las masivas talas de árboles urbanos en que asistimos en algunas ciudades, para colocar en los lugares que ocuparon hierro y cemento, se escribe esta reseña en que se destacan los beneficios que recibimos de los árboles, de la unión espiritual que representan los árboles de nuestras ciudades con la naturaleza de la que procedemos, y de la necesidad de proteger a los árboles de nuestras ciudades, para no quedar convertidos en esclavos de su hormigón.

Mucho antes de que pudieran existir los primeros signos de vida humana sobre el planeta, hace unos 300 millones de años, ya cubrían la superficie de la tierra. Los árboles, unos de los seres vivos más antiguos del planeta, que han sido durante no pocos años ignorados y menospreciados, sin tomar conciencia de su verdadera importancia y valor. Se quemaban grandes extensiones para abrir tierra libre entre ellos, en la que cultivar la tierra, se talaban por miles para construir barcos y ciudades, sin preocuparse de su regeneración. Y el resultado no se hizo esperar y no solo se transformó el paisaje, sino que el suelo perdió fertilidad y lo que fue aun peor, se alteró el clima, haciéndolo más seco, con acentuación de los períodos sequía-lluvia, de modo que cuando llovía lo hacía de una forma torrencial que provocaba importantes erosiones, al haber desaparecido la cubierta vegetal que antes sujetaba la tierra y retenía el agua. Pero como estos efectos se manifestaban muchos años después, los presentes no recordaban lo que habían hecho los ausentes y como el hombre no tomó conciencia de la importancia de los árboles, hasta muchos años después, cuando lo hicieron, en muchos lugares era irreversiblemente tarde.

El hombre, que ha vivido de espaldas a los árboles, a los que solo ha medido por sus valores materiales como son la madera o los frutos que de ellos se obtenían, no ha deparado hasta fechas muy recientes en los beneficios paisajísticos, medioambientales o recreativos que estos seres vivos desempeñan en la vida. Así si las ciudades comenzaron a gestarse hace 7 u 8 mil años, la historia del diseño urbano tiene muy pocas referencias a la presencia y uso de los árboles en el escenario público y si bien tenemos constancia de la presencia de árboles en algunos jardines orientales de Egipto o Babilonia, no tenían representación significativa en las ciudades y pueblos de nuestras latitudes y en lugares como las ciudades medievales, rodeadas de altas murallas defensivas, no conocían espacios libres para las plantas y la única visión de los árboles y los bosques lo era por encima de las murallas, en los extramuros.

La relación árbol-ciudad cambia profundamente a lo largo del S. XVIII al manifestarse el influjo de la jardinería francesa, particularmente de los llamados Jardines de Versalles, planificados por André Lenotre entre 1661 y 1674, en los cuales el árbol es un elemento básico, dispuesto en esquemas geométricos, que sugieren el dominio del hombre sobre la naturaleza. Si bien es a final S. XIX y a lo largo del S. XX cuando se produce la masiva migración de la población rural y agrícola a las urbes, cuando el hombre comienza a adoptar una ética hacia los árboles, en la cual, junto al impacto físico de sus incuestionables bondades, se une una trascendencia espiritual que nos sirve de eslabón de unión con nuestros orígenes naturales. Por ello cuando se rompe este vínculo de unión del hombre con los árboles, también se hace con la naturaleza y quedamos encadenados a las ciudades, como esclavos de ellas, sin nada que nos una a la naturaleza de la que procedemos.

La presencia de árboles en una ciudad no solo es, por tanto, un beneficio estéticamente perceptible y agradable, como resulta incuestionable, sino una necesidad vital de unión del hombre con la ciudad y de esta con la naturaleza de la que procedemos.

Se decía como una de las conclusiones del Congreso Bionatural 2006, con plena vigencia cinco años después, que “No puede haber conservación sin desarrollo, ni desarrollo sin conservación” y es la conservación de los árboles de nuestra ciudad, de los eslabones que nos unen con la naturaleza, donde radica la propia supervivencia de nuestras ciudades, su desarrollo, por lo que podemos concluir indicando que si permitimos la desaparición de los árboles de sus calles, quedaremos encadenados de su cemento.

La Asociación PROYECTO SIERRA DE BAZA



Más contendios e información en la revista digital de octubre-2011, núm. 148. Año XIII: